la sorpresa de mi marido


un día me llamó a casa para decirme que llegaría después de la cena, y que me pusiera el vestido de encaje negro.
 Este vestido es muy escandaloso, todo transparente, muy corto y ajustado, así que me imaginé que ese día tendría visita, un hombre con quien tendría que acostarme. Cené, me duché y me preparé. Bajo el vestido sólo me puse un tanga de encaje también negro, y unas botas de lycra, pues sabía que era como le gustaba a él. Como no llevaba sujetador, me puse un chal anudado por el pecho.
 Cuando abrí la puerta, me quedé boquiabierta. Tras él venían tres hombres, un joven, un cincuentón grueso… y un negro. Empecé a temblar pensando en lo que me esperaba. Me los presentó como “amigos”, y ya venían bastante bebidos los cuatro, pese a lo cual mi marido me dijo que les preparara unas copas. Se las serví en el salón. Me miraban con evidente deseo. Al pasar con los vasos, el más mayor me tocó descaradamente el muslo, y le aparté la mano con rudeza.
 - "Vamos, querida, yo les había dicho que eras una mujercita muy complaciente", dijo mi marido.
 Ya no tenía escapatoria. El gordo volvió a abrazar mi muslo, y cerré los ojos al sentir su mano subir por mis nalgas. Y a partir de aquí todo fue muy rápido. Me echaron sobre el sofá y múltiples manos se posaron por todo mi cuerpo. Casi se peleaban por besarme en la boca, con su fétido aliento a alcohol. La enorme lengua del negro se metió en mi boca y casi me ahoga. Me quitaron el chal, me bajaron el vestido y me quitaron las bragas, sin ningún miramiento.
 Empezaron a bajarse los pantalones. Me encontré con un pene en cada mano, el del joven y el del gordo, mientras ambos se turnaban para besarme en la boca o en los pechos.
 De repente se apartaron y lo vi. Ante mí estaba plantado el negro, desnudo, blandiendo su monstruoso cipote. Era grandísimo, casi como mi antebrazo, y todo de ébano. Los otros me hicieron incorporarme y me encontré con ese enorme falo negro en mi boca. Me hicieron chuparlo, a veces atragantándome. Mientras el gordo me estaba metiendo un grueso y grasiento dedo en mi vagina, sin ninguna delicadeza y causándome bastantes molestias.
 Me llevaron a la cama. El gordo se tiró en ella, y a mi me pusieron de rodillas delante de él. Su pene era apenas un pellejo, pero él me agarró de la nuca y me hizo chupárselo, aunque apenas conseguí que se estirara un poco. De repente me penetraron por detrás; enseguida noté que era el negro, pues sentía toda mi vagina llena. Fue horrible, estaba forzando mi cuello vaginal, pero entonces ignoraba que lo peor estaba por venir.   










 Sentí alivio cuando el negro me la sacó, pero duró poco. El joven se sentó en el borde de la cama y me sentaron sobre él. Me penetró con su cara a cinco centímetros de la mía, diciéndome groserías que me hubieran sonrojado en otras circunstancias. Después del negro aquello no era tan malo. Me agarró con fuerza por la espalda para que no me separara, o eso creía yo.
 Repentinamente, noté que me hurgaban el culo. Me giré y chillé horrorizada, pues el negro venía a por mí. Me estaba untando aceite en el ano, con lo que estaba claro lo que pretendía. Como me revolvía el que me estaba fornicando me apretó fuerte contra él. Supliqué, pero fue inútil. Chillé cuando empezó a metérmelo, pero fue también inútil. El dolor era insoportable, pues me estaba desgarrando el esfínter.
 El gordo se puso en pie sobre la cama y me metió su asquerosa y fláccida verga en la boca, para que no pudiera chillar. Entonces sucedió la más grande de las humillaciones. A pesar de la violación auspiciada por mi marido que estaba soportando, mi cuerpo es de carne, y mi mente ya no respondía. Lo que nunca imaginé estaba pasando: Empezaba a notar placer.

 El instinto me dominaba. A fin de cuentas, tenía a dos sementales que, aunque abusaban de mi cuerpo, eran mucho mejores que mi marido haciendo el amor. Eran mucho más viriles y machos, y muy bien dotados. Aunque no me trataban con ninguna delicadeza, me estaban haciendo el amor; y aunque el culo me dolía muchísimo, tuve un orgasmo profundo e intenso, el primero en mucho tiempo.
 Cuando se me pasó la euforia momentánea, apenas unos minutos, volvió la
cordura, la vergüenza y el dolor. El tiempo se me hizo eterno. Yo lloraba, sudaba y gemía, pero apenas me movía ya, totalmente agotada, rendida a mi destino, a ser un objeto de placer para mi marido y sus amigos. Debía estar
horrorosa, con todo el maquillaje cayendo por mi cara junto a mis lágrimas, mis ojos colorados de tanto llorar. Ya había tragado dos veces el esperma del gordo, que se corría en mi boca sin alcanzar la plena erección. Mi boca me sabía a demonios.
 Al fin, el negro sacó su verga de mi culo. Sentí alivio, pero entonces el negro se colocó delante de mí. Su enorme y abultado rabo estaba lleno de sangre y restos de excrementos, todo mío, y de repente disparó todo su semen a mi boca y cara. Parecían litros, me llenó entera, me manchó el pelo y me puso aún más asquerosa. Luego el otro me arrojó sobre la cama y también me roció con su esperma.
 Quedé tendida en la cama, sucia por dentro y por fuera. Ellos se habían aliviado ya, se vistieron y se fueron. Tras reponerme fui para la ducha. Estuve metida casi una hora, pero aun así no me pude limpiar del todo. Mi ano estaba sangrante, y tardé una semana en recuperarme.

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